Amor artificial

amor artificial

He de reconocer que fue un amor a primera vista.

Cuando lo vi entrar en la fábrica, por primera vez, con la elegancia innata de su movimiento y su saber hacer tan eficiente en la línea de montaje, no tuve por menos que enamorarme de él.

Los primeros días fueron de tanteo por mi parte. Su seriedad me perturbaba al pensar que no sentía ningún interés por mí. Poco a poco, nos fuimos conociendo y, de esa manera, pudimos entablar una comunicación sincera. Él me ayudaba en todo aquello a lo que yo no llegaba y yo le apoyaba en lo que él no entendía, todavía.

El tiempo fue pasando y llegó el momento en que decidimos unir nuestras vidas, más allá de la empresa. Nos casamos. Fue una de las mejores decisiones de mi existencia, a pesar de saber que nuestro vivir en común sería corto. Estar con él era extraordinario. No había ni un ápice de problema en ninguna de las facetas de nuestra comunión.

Hasta que llegó el día en el que mi pareja tenía que marcharse, para siempre. La duración de su ser estaba preestablecida. La maldita obsolescencia programada entraba de nuevo en escena. No podía llamarme a engaño porque lo sabía. Pero, ninguno de sus congéneres me había llenado tanto, nunca.

Nos despedimos con cariño. Lo acaricié, lo besé y desconecté su cerebro con delicadeza. Se quedó inerte, con los ojos cerrados, sin electricidad en su sistema. Ya no era él. Lloré un buen rato, sin dejar de ensamblar otros productos, pero el show debía continuar. Había sido el amor robótico de mi vida.

Comparte el post

Picture of J.A. Aguilar
J.A. Aguilar

Viajero y Escritor
A orillas del Mediterráneo

Ver más del autor

Posts relacionados

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *