Dos príncipes

Pocas personas lo saben. Pero dos de los seres más carismáticos que hayan existido entre los siglos XX y XXI, coincidieron en Galicia. Concretamente en el afamado Hotel Araguaney, de Santiago de Compostela. Hotel que tomó su nombre del lindo árbol de hojas amarillas, emblema de Venezuela, país adonde tantos gallegos emigraron en los tiempos difíciles de la posguerra.

Se trataba de dos de los mayores “príncipes” que la Historia nos haya brindado. Uno, Fidel Alejandro Castro Ruíz, natural del Oriente de Cuba, de padre gallego, conocido como Fidel Castro, alias el “Comandante” o “Guerrilla Prince”. Pesadilla omnipresente para el mundo occidental, desde que tomó el poder en Cuba, a finales de los cincuenta. El otro, Prince Rogers Nelson, un afroamericano de color de piel, no así de morfología corporal, nacido en Minneapolis, Minnesota, Estados Unidos, conocido universalmente en el mundo de la música como “Prince”, o con aquel otro identificativo del artista sin nombre. Nació en 1958, entre el intento fallido de asalto al poder del año anterior y el certero del posterior, por parte del príncipe cubano. La muerte los igualó. Ambos murieron en 2016.

Uno y otro, fueron revolucionarios en sus campos, pero el azar quiso que coincidieran en Santiago, un lugar de mágico destino, en un verano de primeros de los noventa, y que no se conocieran personalmente, a pesar de ser convecinos o de compartir el desayuno a unos metros de distancia en el Araguaney. Los dos príncipes se rodeaban de guardaespaldas, lo que evitaba cualquier contacto de ninguna persona que tratara de aproximarse. Uno, por el temido complot que le esperaba en cada esquina. El otro, por la misantropía de genio artístico que emanaba de su ser.

Este hecho, el de la seguridad, produjo algún roce entre los escoltas de Fidel y los de Prince. Ya es casualidad que coincidieran representantes de dos países desiguales, pero muy enfrentados, desde el acceso al poder de Castro y del fallido intento de Kennedy en Bahía Cochinos. Unos, los cubanos, pensaban que la CIA andaba por Santiago para atentar contra su Fidel. Los otros, los americanos del medio norte, pensaban que aquellos comunistas estaban en Galicia, como avanzadilla de un comando que pretendía boicotear los eventos previstos en España. Concierto de Prince, incluido.

Pero nada más lejos de la realidad. Fidel vino a Galicia para conocer sus ancestros, en un viaje relámpago de cuarenta y ocho horas, con Manolo Fraga, como paradójico anfitrión, en esas cosas que nos da la vida. Al comandante nunca le gustó invertir mucho tiempo en ningún lugar concreto, ni en su propio país, donde conocer su residencia era todo un misterio, elevado a secreto de estado. Prince vino a Galicia a actuar en el Monte do Gozo, sin más pretensiones que realizar un nuevo concierto ante las veinticinco mil personas que se deleitaron con las notas de su “purple rain”. Vestidos de negro para la ocasión, según petición del propio cantante, en una de sus típicas excentricidades. La habitación del hotel también tuvo que ser de color negro. Ya se sabe, todos los genios, como lo fueron Picasso o Goya, pasan por épocas coloreadas.

El fugaz paso por Santiago finalizó en un suspiro temporal. Ambos príncipes se fueron sin conocerse. Una conversación entre ellos hubiera sido, como mínimo, muy interesante. Con toda probabilidad, se hubieran entendido, porque Fidel hablaba “spanglish”. Y mucho. Son famosos sus discursos de horas, ante sus camaradas revolucionarios. No así el cantante que no entendía nada, a pesar de su gran afición por las mujeres latinas.

De todas maneras, habrían surgido grandes ideas entre sus mentes. Quizá a Fidel le hubiera gustado que el mulato hubiera actuado en la otra Santiago, la de Cuba, junto a algunos de los miembros de la vieja trova santiaguera, para fusionar el “tumbao” con el “flow”. Puede que a Prince le hubiera gustado ir, para saborear y oler la fragancia caliente de la buena que tiene el Caribe, para inspirarle en su creatividad y seguir alimentando el enigma de sus más de quinientas canciones compuestas.

En cualquier caso, seguro que al apóstol le encantó que ambos monstruos estuvieran en su Compostela querida, para darle todavía mayor fuste a la ciudad. Siempre es bueno que haya un cruce de culturas, allá donde sea, para que el Mundo sea un lugar mejor.

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J.A. Aguilar

Viajero y Escritor
A orillas del Mediterráneo

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