El sabor de la bahía

Los historiadores aseguran que lo que hoy conocemos por Cádiz fue la primera ciudad de Europa, creada como Gadir por los fenicios hace más de tres mil años.

Cada vez que vengo por esta zona, me atrapa. Es una gozada para los sentidos. Sobre todo, la que se configura en la costa occidental, la que da al Atlántico y que tiene como epicentro la bahía de Cádiz, desde la propia ciudad carnavalera hasta Sanlúcar de Barrameda, vecina de Doñana, donde el langostino y la manzanilla son religión. Ese mágico triángulo que se configura con Jerez como vértice de interior y con El Puerto de Santa María como ciudad central, conectada de manera perfecta con las otras poblaciones.

El Puerto de Santa María ha sido cuna de grandes artistas, como Rafael Alberti. En uno de sus poemas nos dijo que en sueños la marejada le tira de su corazón. Tal es el arraigo de la gente marinera. Y es que cruzar desde El Puerto hasta Cádiz en ese pequeño catamarán es una manera de impregnarse de su atmósfera. Como lo es cabalgar por la orilla del delta del Guadalquivir salado, cuando se entrelaza con el atlántico, en la costa de Doñana. Un lugar, una provincia, una ciudad, un pueblo con mar siempre te da algo más.

Andar por la ciudad de Cádiz, esa Habana con más salero que cantó el poeta Carlos Cano, es otra de las maravillas de un viaje por la bahía del sur. Perderse y encontrarse por sus calles, con esa catedral a la orilla del mar es una atracción incomparable.

Caminar por el Bajo de Guía de Sanlúcar, allí donde el gran río se sala, por la influencia del océano y se divisa la playa del Malandar colmada de aves que reclaman su lugar en el Universo.

Oír y ver el arte en Jerez, la cuna del flamenco te subyuga, aunque no lo entiendas ni te parezca que no te gusta. Las vibraciones del cante, del baile, de la guitarra y del cajón te llevan a un más allá que añoras no haber conocido antes. Es tanto el arte y la magia de este lugar que uno se añora de él antes de haber llegado. Oír el cante y el taconeo flamenco de sus gentes te eriza la piel, cada vez que lo sientes.

Degustar la variada gastronomía del lugar, capitaneada por una materia prima maravillosa y una manera de entender los fritos, los aliños y los adobos como en pocos lugares se hacen. Por humilde que sea la taberna, el comer bien está asegurado.

Pronto regresaré a la bahía. Espero que esta vez mi entrada sea a bordo de una estrella en forma de barco, allá por mayo, para poder disfrutar más, si cabe, de todo el esplendor de la primavera gaditana,

 

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J.A. Aguilar

Viajero y Escritor
A orillas del Mediterráneo

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