A modo de introducción…
A finales de 2022, Joan Manuel Serrat dio su último concierto en Barcelona, después de casi sesenta años, en los que compartió poesía y música con sus canciones por todo el Mundo. Aunque se hayan acabado sus conciertos, no lo ha hecho su testimonio vital para muchos de nosotros. No fui a este último acontecimiento porque de Serrat sólo me despediré cuando él o yo nos vayamos de este mundo y nos enterréis, sin duelo, entre la playa y el cielo. Mientras estemos los dos por aquí, iré acumulando momentos y experiencias como las que os cuento a continuación.
Uno tiende a sentirse identificado con aquellas personas, no todas, que han tenido unos orígenes semejantes. Joan Manuel Serrat, el Noi, el Nano o el Juanito de la calle Poeta Cabanyes, del Poble Sec, tiene que ver conmigo en la corta distancia, porque mi madre llegó a Barcelona en agosto de 1943, cuatro meses antes de que naciera Serrat. Fueron convecinos en esa franja de ciudad que da paso, y se fusiona, a nuestro querido Montjuic. Mi madre vivió en la calle Elcano, situada a unos trescientos metros de distancia de donde nació el cantautor. Y parte de mi familia vivió en las calles Tapioles y Vallhonrat. El Paralelo, la Font del Gat, el Teatre Grec, el ruido de los bólidos de la Fórmula 1 sonando por los terrados de las casas, el estadio en ruinas, el Molino, el cine América, la Fira, el campo de fútbol de la Satàlia, la comida de La Perla y tantas otras cosas, forman parte de mi existencia. Y de la de Serrat.
Por otra parte, mi padre nació en la calle Riera Alta, una travesía de la Ronda de Sant Antoni, en el Raval alto, muy cerca también, de donde nació Manuel Vázquez Montalbán, en la calle Botella. Otros trescientos metros separaban ambas direcciones. Todo un barrio que daba pie al cuadriculado Eixample y que, en aquella época, era tildado como el Barrio Chino donde se aglutinan maravillas como el hospital de la Santa Creu, la Massana, la iglesia de Sant Pau del Camp, las Ramblas, el Arnau, el Pastís donde sonaba Edith Piaf, el Palau Güell, el Romea y un largo etcétera. El escritor era cuatro años mayor que el cantautor y lo glosó en el magnífico libro que le dedicó. Desgraciadamente, el padre de Pepe Carvalho nos dejó hace unos veinte años. Su ausencia, en todos los terrenos, se nota y mucho…
Aquellos dos maravillosos seres, mis padres, decidieron vivir en el barrio de Sant Antoni, el punto de unión con el Eixample de los dos barrios citados, donde hay otro gran convecino, Quim Monzó, unos años más joven que Serrat y Montalbán. De la entente entre mis progenitores, surgí yo. Por ello, me encanta poder hacer referencia a esos tres compatriotas de barrio, a los que tanto admiro. Pero, en esta ocasión, toca hablar de los momentos que yo he vivido con Serrat como banda sonora de mi existencia y como referente en muchos aspectos.
Bodega Rosal, Poble Sec, Barcelona, 1973
Mi primer contacto con Serrat fue en la Bodega Rosal, que estaba en la calle del mismo nombre (hoy, carrer del Roser) del Poble Sec, cerca del Molino. Como adolescentes y jóvenes, solíamos pulular por todos los garitos y antros que había en nuestros tres barrios. Uno de ellos era esa bodega (taberna o bar) en la que, entre otras diversiones, había una gramola (jukebox). Un artilugio en el que se almacenaban discos de vinilo de 45 rpm, que podías escuchar, previo pago de unas pesetas.
Una tarde noche, el vespre o el fosquet, según estés en Barcelona o en Maó, aparecimos por el local y allí estaban Serrat y Sisa, otro miembro emblemático y polifacético de la “República Independent del Poble Sec” (según respondía el contestador automático de su casa), unos años más joven y creador de la maravillosa canción “Qualsevol dia pot sortir el sol”, donde nos invitaba a que pasáramos a su casa, si es que las casas son propiedad de alguien.
¿Qué hacían los dos cantautores en la Rosal? Cantar y cantar, codo a codo, desaforadamente, ante la gramola todo tipo de canciones, con preferencia por las coplas. La ayuda de los espirituosos ayudaba a que su actuación fuera gloriosa, ante el jolgorio de los presentes. Serrat es un tipo espontáneo y auténtico en lo cotidiano y sublime en cuanto se pone a componer. Sisa, posteriormente convertido en Ricardo Solfa, como cantante posmoderno de boleros, también. Dos genios.
Desde la perspectiva de los años que tengo, me he dado cuenta que ese tipo de encuentros con Serrat ha sido más habitual de lo que uno se imagina, como veremos en otros de los momentos que continúan.
Set de rodaje, Barcelona, 1973
Unos años más tarde, mi padre trabajaba de contable en la productora cinematográfica de Jaime Camino, Tibidabo Films. Era un pluriempleo por las tardes, tan al uso en aquellos tiempos, tras su jornada laboral principal en las oficinas de la Fabra y Coats, el fabricante de hilos por excelencia. El despacho de la productora de cine estaba en la calle Balmes, justo al lado del Pasaje Arcadia
En una de sus películas, “Mi profesora particular”, participó Joan Manuel Serrat, en su corta y poco brillante carrera como actor, en el papel del joven atractivo que seduce a quien se le ponga por delante. Tuvo como partenaires a la actriz argentina Analía Gadé, una interesante mujer madura y al archiconocido actor español, José Luis López Vázquez, en el papel de obseso sexual, que le encajaba muy bien en ese tipo de películas que se empezaban a hacer en los años en los que al dictador ya le quedaba poco.
El momento Serrat viene a cuento porque el amor enfermizo por el dinero de López Vázquez con su manera de actuar arrogante e interesada, chocaba en odiosa comparación con el desprendimiento y la proximidad del Nano. Mi padre era quien les pagaba los emolumentos artísticos y los viáticos. Con Serrat todo era fácil, con López Vázquez era un suplicio. Fui testigo directo en uno de esos días en los que Camino accedió a que pudiera ver el rodaje de la película. Una vez más, Serrat, con apenas treinta años, dio una imagen de señorío, simpatía y proximidad. Mi padre nunca tuvo ningún problema con él.
Parque de Atracciones, Madrid, 1978
Como buen miembro de mi generación boomer, me tocó ir a Madrid a perder catorce meses de mi vida para “servir a la patria”, eso que muchos patriotas (de salón) se saltaron con todo tipo de triquiñuelas, a pesar de declarar su amor eterno por la “una, grande y libre”.
Mi tiempo transcurrió entre Colmenar, un pueblo al norte de la ciudad, los barrios de Pacífico, en el llamado Hotelito Granada, y de Vallekas (con k), ya dentro de la urbe, en un pequeño piso de una corrala, con otros colegas catalanes y canarios, cerca del Rayo en la calle del Payaso Fofó, y del Gayo Vallecano, este último, un ámbito musical cercano al Bule del Puente de Vallecas, donde pude ver, entre otros, a mi querida Orquesta Platería. Eran tiempos incipientes de la movida madrileña.
Coincidió que en esa época vino Serrat a actuar a Madrid. Concretamente, al Parque de Atracciones de la Casa de Campo. Fuimos a verlo unos cuantos compañeros con nuestro 2CV azul, matrícula de Barcelona que lucía un cojín pequeñito con las cuatro barras y la C de Catalunya, como muestra identificativa que no provocadora. A pesar de ello, nunca nos pincharon los neumáticos, cuando a los comandos vallecanos les daba por hacerlo, sin dejar un coche vivo. Todo ello, por ser “tronkos”.
Apareció Serrat en el escenario, a quien adoran en todas partes. No cabía ni un alma más en el anfiteatro del parque. Cantó en sus dos idiomas. Los aplausos enfervorecidos del público diluían y apagaban la voz del joven cantante. Porque cuando de arte se trata, se olvidan todos los prejuicios y todas las pequeñeces mentales.
El detalle mágico de ese momento fue en el que, entre una canción y otra, nos dijo que iba a saludar a un viejo conocido que había ido a verlo y que permanecía entre bambalinas, como el que va abrir la puerta de su casa cuando suena el timbre. Pasaron unos minutos y al poco tiempo apareció Serrat arrastrando a un señor, que no quería salir a escena, y Serrat nos explicó quién era y una serie de vivencias que había tenido con esta persona, anónima para el gran público. Así es Serrat. Se relaciona con facilidad natural con cualquiera, en cualquier lugar y en cualquier momento. Eso lo hace grande.
Plaça del Sortidor, Poble Sec, Barcelona, 1979
Regresé de Madrid y a los pocos días me rompí el tobillo en Menorca. Cosas del fútbol. Tras dos días en la isla, me tuve que volver a Barcelona, operarme en el Clínic y esperar las semanas de rigor, soportadas a base de las visitas vespertinas de mis grandes amigos y así poder charlar de fútbol, principalmente.
Hacia finales de septiembre llegó la Mercè, la fiesta patronal de verano de Barcelona y Serrat tenía prevista, dentro del programa de fiestas de la ciudad, una actuación en la entrañable plaça del Sortidor. Montaron un escenario en el lado mar de la plaza. Los asistentes estábamos de pie, no había sillas, a lo largo de la misma o desde sus ventanales o balcones, los que vivían allí mismo.
Me costó caminar, a paso lento con mi muleta en la mano izquierda, el escaso kilómetro que separaba mi casa de la calle Floridablanca del concierto vecinal, por las calles Calabria, Radas, Elkano y Blasco de Garay. Me acompañó Flor, una amiga que conocí en Madrid y que había venido a verme.
Quizá sea el concierto más maravilloso que he visto de Serrat, desde el punto de vista del lugar (nuestro barrio) y del contexto (histórico y social), sobre todo porque los bises eran solicitados desde las casas, llamándolo por su nombre, Juanito, con la coletilla de “cántanos tal canción” … y Serrat lo hizo. Nos cansamos nosotros antes que él. Porque él es así…
Maó, Menorca, 1998
Como supongo que sabréis, Serrat es un enamorado de Menorca, como un servidor. Tan es así, que identificar su casa de color salmón en la Cala Rata, en s’altra banda d’es port de Maó, forma parte de la religión “serratiana” y menorquina. Cuenta en su discografía un álbum dedicado a Mô, como suena la pronunciación de Maó en menorquín, que inauguró con un magnífico concierto en el Teatro Principal de la ciudad, el teatro de ópera más antiguo de toda España.
Pues bien, este otro momento con Serrat se dio en la celebración de la procesión del silencio del Viernes Santo, que transcurría por la calle Isabel II, en el casco antiguo. Por si no lo saben, en las procesiones de Maó se reparten caramelos a los asistentes, extremo algo sorprendente si lo desconoces. Es una costumbre que tiene que ver con S’Avia Corema y el florecimiento de los caramelos en los árboles, tras el pertinente riego por parte de los niños durante cuarenta días, los que van de Carnaval hasta la Pascua.
Coincidió que Serrat estaba en un bar que hace esquina, por lo que fuimos a verlo y cuál fue nuestra sorpresa cuando vimos que había decidido invitar a una copa a todas las personas que estaban en ese bar. El paso de los encapuchados parecía importarle poco, lo que siempre le ha interesado es el contacto con su gente.
De nuevo, Serrat en estado puro…
Hotel Palacio, Montevideo, 2000
En la primera vez que fui a dar clases a Montevideo, capital de la República Oriental del Uruguay, mi país favorito en Sudamérica, esa pequeña nación que tienen lazos acérrimos con las ciudades argentinas de Rosario, Córdoba y Mendoza, no así con la de los porteños.
Estuve hospedado en el Hotel Palacio, justo en la entrada de la Ciudadela de la capital. Un hotel antiguo y elegante que tenía, como curiosidad para su época, que la zona de restauración en el último piso con una terraza muy hermosa que disponía de buenas vistas al mar, allí donde el río Uruguay alimenta al Atlántico.
El acento te delata en cuanto abres la boca y te expresas, por lo que fui interpelado de manera cortés, sobre mi origen. La palabra Barcelona puso en marcha todos los resortes mentales del camarero y, con su punto de admiración y rapidez, me preguntó si conocía a Serrat. Mi respuesta fue afirmativa, a lo que mi interlocutor me dijo: “Por favor, dígale que venga a hospedarse a nuestro hotel y que no vaya al Radisson de la Plaza Independencia”, a otros escasos trescientos metros. Me quedé atónito y le respondí que no tenía ese tipo de relación con él, como para demandarle lo que me pedía. Quedó triste. Yo, también por no poder ayudar a este hotel local y pequeñito.
Serrat es venerado en Uruguay, como en toda Latinoamérica, desde siempre, pero desde que versionó a Benedetti (otro de mis referentes), en su álbum “El Sur también existe”, todavía más…
Palau Sant Jordi, Barcelona, 2007
Tengo que decir que los conciertos de gran formato no me entusiasman. Me gusta el Palau Sant Jordi, como obra arquitectónica ligada al deporte, pero prefiero ver a los artistas en escenarios más pequeños.
En esta ocasión, fuimos a matar a “dos pájaros” de un tiro, con nuestros amigos Lurdes y José Luis. Actuaban Sabina y Serrat en conjunto. Nos tocó subir Montjuic a pie, desde la plaza de España, porque no hubo manera de aparcar cerca del Palau. Lo mejor que se puede decir del concierto es que la simbiosis de las canciones del Nano y del Sabina funcionó a la perfección, máxime cuando se dedicaban a picarse entre ellos y metían “morcillas” en medio de las letras de las mismas.
Espontaneidad, ante miles de espectadores. Algo no fácil de conseguir.
Sa Llagosta, Fornells, Menorca, 2007
Mi hija Sara fue a trabajar un verano a Menorca, cuando estudiaba Dirección Hotelera en la UAB.
Una de las anécdotas que le sucedieron en aquellas semanas, entre otras (como la de tener que servir un catering en un yate a los actores y actrices de “Vicky, Cristina, Barcelona” de Woody Allen, donde estaban Scarlett Johansson, Penélope Cruz y Javier Bardem, entre otros), fue que un día Serrat cenó allí. Al finalizar el servicio, a petición de algún conocido, el cantante tomó una guitarra y les hizo un pequeño recital de canciones para todas las personas que estaban allí. Una sesión de magia de cerca, como acostumbran a hacer algunos prestidigitadores. Escuchar “Mediterráneo” en Menorca debe ser algo difícil de superar por cualquier otro evento que se piense.
Mi hija me llamó emocionada. “¡Cuánto me hubiera gustado que estuvieras aquí!”. Y a mí también, pero si estuvo Sara, para mí ya es suficiente.
Mar de Menorca, 2013
Fuimos a Menorca con un grupo de parejas y decidimos alquilar un velero, con patrón, para pasar un día navegando por la costa sur de la isla. La experiencia fue movida y en algún momento desagradable para los que no estaban acostumbrados a hacerse a la mar.
Charlando en el barco, durante la hora del pequeño ágape que preparó el patrón, éste nos contó que cada año, hacia el final de verano, Serrat le llamaba y quedaban para ir a navegar dando una vuelta completa a la isla, de Maó a Maó. El propósito era el de pasar una semana fuera de su mundo habitual, el de los conciertos, el de los viajes, el de las composiciones, el de Barcelona, el de Camprodon, con el reto de alimentarse con la pesca que consiguieran ellos mismos. No llevaban más comida. Sólo bebida para entonar alguna canción, mientras permanecía anclados en cualquier maravillosa cala.
Nos quedamos fascinados por la historia y por la sencillez sobre cómo abordaba la vida durante esa semana. Pagaría dinero por haber podido asistir a las charlas con el marinero y escuchar alguna de las canciones compuestas por el maestro.
Camp de Mart, Tarragona, 2015
La última vez que lo vimos fue en el maravilloso entorno de la Tarraco romana. En el Camp de Mart, un anfiteatro fantástico y acogedor.
Fuimos con nuestra amiga Mayte y disfrutamos como siempre de la velada. El grupo de músicos que ha acompañado al cantante siempre es excepcional, lo que hace que la experiencia de un concierto de Serrat sea superlativa, aún teniendo en cuenta las cornadas que da la vida en forma de enfermedad y de envejecimiento y que se materializan en un debilitamiento de la voz. De cualquier manera, Serrat es más alma que cuerpo y sus canciones, aún con la voz menguada, son auténticos himnos a la realidad de la vida.
A modo de conclusión…
Nada más por ahora. Espero que estos momentos continúen por mucho tiempo más. Larga vida al cantautor, poeta y músico excepcional.
Ahora, para finalizar, sólo quisiera compartiros una serie de frases y pensamientos que hago míos y de los que Serrat es el genuino autor…
Que fa vint anys que fa vints anys que dic que tinc vint anys.
Que son aquellas pequeñas cosas que nos dejó un tiempo de rosas, en un rincón, en un papel o en un cajón.
Que no haviem tingut massa temps per aprendre’n, tot just despertàvem del son dels infants.
Que de vez en cuando la vida toma conmigo café y está tan bonita que da gusto verla.
Que, si alguna vez fui sabio en amores, lo aprendí de tus labios cantores.
Que llevo tu luz y tu olor por donde quiera que vaya.
Que, para la libertad, sangro, lucho y pervivo.
Que la mujer que yo quiero me ató a su yunta, pero por favor no se lo digas nunca.
Que vamos bajando la cuesta que arriba en mi calle se acabó la fiesta.
Que hoy puede ser un gran día, plantéatelo así.